El exjefe de Policiales del diario Clarín, Horacio Eduardo Ramos, rememora junto con el Observatorio los años en los que la actividad periodística en el género, la experiencia de compartir oficinas con quienes califica de «monstruos» del oficio y la búsqueda del mejor modo de competir contra los matutinos de la época, fueron definiendo criterios narrativos con los que conseguía que los hechos policiales de aquellos años se impregnen en las páginas del diario.
Por Alejandro Cánepa
Una mañana lluviosa y fría, un departamento en un sorprendentemente silencioso edificio cerca de Santa Fe y Esmeralda. Ese es el escenario del encuentro con Horacio Eduardo Ramos, histórico jefe de Policiales de Clarín durante más de 15 años para reflexionar sobre ese género periodístico y los distintos cambios que atravesó la noticia sobre el delito entre los ’70 y los ‘90, cuando se retiró del diario. Además, afloraron recuerdos de otras experiencias en el área menos conocidas, como un suplemento íntegramente dedicado a la crónica roja, publicado dentro de El Diario, de Paraná. A continuación, el diálogo de Ramos, personaje amante del tango y de las lecturas de, entre otros, Dashiel Hammet y Rodolfo Walsh.
¿Cómo ingresás al periodismo y cómo llegás a Policiales, en particular?
A los 16 años entré al informativo de Radio Mitre. En realidad, empecé en la parte administrativa, yo veía que en el noticiero se reían, hacían jodas, jugaban a la pelota con bollos de papel, y yo dije: “Quiero estar ahí”. Cuando pasé al informativo de Mitre, cortaba cables y servía mates. El jefe era Horacio Tato. En esos años, principios de los ’60, jugaba al fútbol en las inferiores de River. Dejé el fútbol por el periodismo.
Yo entré en 1965 a Clarín, a la sección Interior. Me hizo entrar el que era mi jefe en Mitre, Horacio Tato, hijo del célebre censor Paulino Tato. Entré como cronista, después pasé a redactor, luego encargado, luego jefe y prosecretario de redacción, a cargo de Interior y Policiales. Yo ascendí rápidamente por Marcos Cytrynblum y Eduardo Durruty, que dirigieron el diario en distintas épocas. A principios de los ’80 Interior perdió espacio y ya solo me dedicaba a Policiales.
¿Cómo era la dinámica de trabajo en Clarín, cuando eras editor de Policiales?
En Clarín yo carecí de lo que es la calle, yo siempre estaba dentro del diario, porque tenía a dos monstruos como Enrique Sdrech y Emilio Petcoff. Siempre añoré eso de ir a buscar yo la noticia. Sdrech tenía una red de amigos abogados, esas eran sus fuentes. Y yo confiaba en él, al igual que con Petcoff. Sus notas no las tocaba.
Otros redactores eran Enrique Jackson, Arnaldo Paganetti, Antonio Rodríguez Villar, que no salía a la calle pero hacía páginas enteras sobre los grandes gángsters de Estados Unidos. También estaban Alejandro Marti, Guillermo Gasparini y Corina Canale, la única mujer, pero que tenía muy poca participación. No era por machismo, el tema es que Petcoff y Sdrech hacían de todo.
¿Existía algún criterio sobre qué tipo de fotos usar?
Mostrar cuerpos sí, pero no imágenes truculentas. Ese era el criterio
¿Durante la dictadura militar iniciada en 1976 recibiste alguna orden sobre no publicar hallazgo de cadáveres?
No, no, nunca. Y de todo lo que era guerrilla y Triple A se encargaba la sección Política. La verdad es que en la época de los milicos, cuando yo volvía a mi casa de Quilmes muy tarde, cruzaba el Puente Pueyrredón con miedo.
¿Existieron cambios en la sección Policiales bajo tu gestión?
Sí. Hacia fines de los ´70, un día, Marcos Cytrynblum, el secretario general de redacción, nos dice: “Crónica nos está rompiendo el culo. Prepará un plan para ganarle a Crónica”. Ellos tenían un expolicía en la sección, que le avisaba al diario y tenían primero las fotos, esa era su ventaja. Yo le pedí a Marcos gente, armamos una sección de Policiales con 10 o 12 periodistas y pedí que hubiera un fotógrafo exclusivamente destinado a la sección, que por un tiempo fue Julio César Fumarola (asesinado en 1974).
Ese plan implicó una sección más grande y tener más espacio en el diario. Policiales llegó a tener cuatro páginas. Ese rediseño tenía como objetivo ganarle a Crónica. Se basaba en lo que obtenían los muchachos en la calle. El 75 por ciento del espacio se daba a los casos más resonantes.
Para esa sección rediseñada inventamos un personaje que contaba casos policiales, se llamaba Fermín Rivas, y eran notas escritas por Petcoff, que adoptaba ese seudónimo. Fue muy trascendente, me llamaba el Jefe de Homicidios de la Federal al diario y me decía: “Dígale al inspector Rivas que lo espero en el bar tal”, no le decía Petcoff.
En esos textos se iniciaba la nota con Rivas jugando una partida de ajedrez contra un adversario, y a partir de ahí empezaba a desarrollar la noticia. Emilio Petcoff era un genio. Una noche tenía poco espacio, una página, y me llama Marcos y me dice: “Levantaron dos avisos, tenés dos páginas más”. Eran las 22 hs. Voy al boliche donde paraba y le cuento a Petcoff lo que pasaba. “Andá yendo al diario y buscá fotos de la cárcel de Devoto, buscá una foto de gente entrando de espalda y otra de gente saliendo». Busqué eso, lo conseguí y se lo dejé en una mesa. Al rato, escribió sobre qué le dice un preso que sale a uno que entra, todo imaginado. Un genio.
¿Cuáles eran tus insumos periodísticos? ¿Qué otros diarios leías?
Clarín, Crónica y Diario Popular. Y vivíamos con la colección de libros El Séptimo Círculo
¿Existía mucha lectura de novelas, cierto?
Sí, muchísima. Además yo tenía anotados todos los títulos de El Séptimo Círculo, para usarlos como titulares en el diario. Uno que recuerdo era: “No quiero estar en sus zapatos”.
¿Cuáles fueron los casos más resonantes que recordás?
En Clarín un caso que generó una explosión fue el Caso Schoklender, en 1981, porque como el padre trabajaba para una empresa que vendía armas, ese dato tenía a todos locos dentro del diario, era un tema muy interesante. Creo que fue el caso más impactante dentro del diario. Luego Petcof y Sdrech escribieron un librito sobre el caso.
Por ejemplo, para el Caso Giubileo, Sdrech se iba a la mañana a General Rodríguez. Y volvía a las 5 al diario y se sentaba a escribir. Yo confiaba en sus fuentes. Sdrech era un apasionado del trabajo, inclusive se pasaba de rosca laburando.
¿Qué casos tuvieron mucho desarrollo, aparte del de Schoklender?
Recuerdo uno sucedido en un cabaret de Necoechea, en donde habían matado a una prostituta y el acusado era un marinero yugoslavo. Mandamos a Emilio Petcoff, que se quedó varios meses para cubrir el caso. Cuando fue la sentencia, Marcos me dio la nota central del diario. Recuerdo que (Hermenegildo) Sábat ilustró la nota con el dibujo de un barco papel que se hunde. Cuando le pregunto a Petcoff si lo condenaron, me dice que sí, y cuando le pregunto qué dijo el yugoslavo, me respondió que era inocente. “¿Pero cómo lo dijo”, le repregunté. “Ian nemeric”, me respondió Petcoff. Y así titulé la nota de su condena: “Ian nemeric”, o sea, “Soy inocente”, en yugoslavo.
También tuvo mucho despliegue, aparte de los casos Schoklender y Giubileo, el caso Oriel Briant, la profesora de inglés asesinada en 1984. Ah, y el caso Yiya Murano (nota del r: mató a tres amigas en 1979, por lo que fue condenada en 1985).
Horacio Eduardo Ramos trabajó en Clarín hasta principios de los ’90, cuando fue despedido de la empresa. Trabajó posteriormente en Ámbito Financiero y haciendo prensa para políticos. Y tuvo un paso importante por El Diario, de Paraná, donde además diseñó en una segunda etapa un producto innovador.
En Paraná llevaste adelante una experiencia periodística innovadora, un suplemento solamente de casos policiales…
Así es, hice un suplemento policial, llamado QRQ que en la telegrafía quiere decir “urgente”. Sacamos treinta y pico de números, en 2012. Ficcionalizaba muchas notas, yo firmaba como Ciro Fuentes. Así escribía notas, por ejemplo, sobre las minas de los narcotraficantes, como Pablo Escobar. Este suplemento salía los domingos con el diario, hasta que el gobierno del por entonces gobernador Sergio Uribarri, que tenía mucha influencia, lo prohibió. Claro, yo hablaba del quilombo de inseguridad en los barrios, ¿cómo les iba a gustar? Así que me fui.
¿Cómo surgió la idea de hacer QRQ?
Me llamó una amiga que era gerente general, y me dijo de ir a almorzar, y me dijo que tenía esa idea y ahí empezó. Duró pocos meses. Ya era original cuando arrancamos, nadie lo hacía. Salió con todo. Y te aseguro que la gente lo esperaba para disfrutar de las notas. Paralelamente, en los suplementos yo iba haciendo distintas notas. Había una grilla que traía solamente las series de televisión vinculadas a lo policial, por ejemplo. Otra página estaba dedicada a escritores de novelas policiales, como Agatha Christie. O había notas históricas de Policiales, como una que escribió González Tuñón cuando en 1930 se cayó un tranvía al Riachuelo
Para ese suplemento tenía cuatro o cinco personas que trabajaban como cronistas.
Ramos va a buscar una caja y de su interior saca un ejemplar de QRQ. “Barrios de Paraná bajo las balas”, decía uno de los títulos.
Claro, ¿cómo les iban a gustar a los políticos y a los policías estos títulos? Una fuente conocida me dijo a raíz de esta nota: ‘¿Vos hablaste con el jefe de la policía? No le va a gustar’. Yo para estas notas no hablaba con policías, me pasaban datos abogados conocidos.
También contaba en QRQ otros casos históricos policiales, como la masacre de Ramallo, ocurrida en 1998. O había entrevistas sobre educación policial, con fuentes como la abogada especializada en derechos humanos María Verdú o Marcelo Sain, entre otros testimonios.
Otros tipos de notas podrían ser, por ejemplo, una sobre las características del cuchillo como arma. Los especialistas decían que el cuchillo era una prolongación de la mano, y que una cuchillada bien dada era peor que un balazo. También se hacían grandes notas sobre cronistas policiales históricos, como GGG, o sea Gustavo Germán González, o sobre el famoso comisario Evaristo Meneses. Yo lo juzgo como un buen suplemento. En tapa iba un único tema, destacado, como hacía el diario Noticias, en los ’70.
¿Nunca tuviste como fuentes a policías?
No, nunca. Alguna vez hablé con Juan Ángel Pirker, el jefe de la Policía Federal de fines de los ’80, en el final del gobierno de Raúl Alfonsín, pero no era una fuente. Él una vez me dijo: “Investigá de todo menos de drogas. Es un tema peligroso”.
Las fuentes las tenían los cronistas, yo en Entre Ríos tenía algunas entre jueces y abogados. Con policías no me juntaba nunca.
Ramos despliega anécdotas de todo tipo sobre su profesión y muestra con orgullo su biblioteca, atiborrada de libros que van desde la ficción hasta el ensayo, pasando por la poesía y el tango. Un bandoneón, de hecho, reposa sobre una tarima, aunque el anfitrión no sabe tocarlo y funciona más como símbolo de sus gustos musicales. Entre sus objetos preciados figuran algunos ejemplares de QRQ y fotos con colegas y amigos. Como buen periodista, Ramos desgrana anécdotas que quedarán en estricto off the record. Pero otras ilustran su paso por las ligas mayores del periodismo policial argentino. Ya pasó el mediodía, el edificio sigue igual de silencioso y es hora de dejar a Ramos, que agradece la visita, y sumergirse en el día lluvioso, casi londinense.