La explosión mediática de discursos centrados en la denuncia de la corrupción ha originado que Tomás Crespo analice la forma que asumió esta discursividad desde la campaña presidencial de Cambiemos en 2015 y los modos en que se desarrolla en su primer gobierno. A su vez, reflexiona sobre el uso político de la corrupción como parte de una tecnología de gobierno que legitime la re-implementación de programas económicos regresivos.                                                                                                                                                       

            Tomás Crespo

 

De un tiempo a esta parte los argentinos hemos asistido a la explosión de una infinidad de discursos centrados en la denuncia de la corrupción[1] estatal/política[2]  y en la necesidad de combatirla y erradicarla. En su gran mayoría, se trata de acusaciones que apuntan a develar la supuesta matriz esencialmente corrupta del kirchnerismo durante su largo ciclo, comprendido entre 2003-2015. La contraparte ha sido un movimiento simétrico pero de signo inverso, tendiente a establecer que el gobierno de la alianza electoral Cambiemos –que basó su campaña en un programa de fuerte impronta ética y moral y construyó a la administración “honesta” de la cosa pública como el pilar de lo que sería su gestión– está en realidad permeado por altísimos niveles de corrupción, ligados básicamente a la relación íntima entre una gran parte de los funcionarios de primera línea con el sector privado, del cual provienen y al cual estarían beneficiando.

Los campos político y periodístico se han conformado así como la arena en la que se disputa de manera intensa en torno a un capital altamente deseado pero que en los hechos se muestra como escurridizo y esquivo para todos los actores –aunque algunos puedan aducir más legitimidad que otros en esa lucha–: la honestidad.

Ahora bien, ¿es novedosa esta jerarquización del combate a la corrupción en la agenda pública? Claramente no. Muy por el contrario, el tema estuvo también al tope de los asuntos construidos como centrales para la sociedad en otras oportunidades.

Lo que debemos tener en cuenta es que, como indica Sebastián Pereyra (2013), no existe una relación directa entre el aumento de la corrupción y el hecho de que la misma se convierta en materia de debate público. Por lo tanto, aunque es imposible saber si se ha incrementado o no en un determinado período, sí podemos dar cuenta de que últimamente se ha constituido en un problema público en Argentina, replicando el proceso que se había dado durante los años noventa.

En aquella ocasión, el combate a la corrupción fue construido a nivel mundial como un problema que iba más allá del color político de los partidos gobernantes, en el que pretendía ser un mundo pos-ideológico, tras la caída de la Unión Soviética. En ese escenario signado por el triunfo del capitalismo neoliberal, “la corrupción apareció como un objeto cuya crítica permitía legitimar la aplicación de políticas de libre mercado como estrategia de desarrollo y, a la vez, señalar el modo en el que podían superarse los problemas que se presentaban en los procesos de transición a la democracia”[3] (Pereyra, 2013: 27). Con los matices característicos de cada caso concreto, a grandes rasgos, el fenómeno se replicó en Argentina.

Actualmente, en el marco de una nueva experiencia de cáriz neoliberal en nuestro país tras un largo período (2002-2015) caracterizado por otro patrón de acumulación, crecimiento y distribución de la riqueza y el ingreso (Kulfas, 2016) –que a falta de una mejor categoría podríamos definir como posneoliberal (Sader, 2008) –  vuelve a ponerse en agenda el combate a la corrupción estatal/política. Y vuelve a tratarse de un proceso que se desenvuelve a nivel mundial. En efecto, el fenómeno también se advierte en países como España[4], México[5], Brasil[6] o Corea del Sur[7], por citar solo algunos de los casos con mayor cobertura mediática[8].

Pese a las diferencias que pudiera haber entre uno y otro período en el que el combate a la corrupción se construyó como uno de los principales temas de la agenda pública y en el modo en que este proceso se dio en diferentes regiones[9], consideramos que el mismo debe ser leído –y aquí reside a nuestro entender la clave– como una tecnología de gobierno[10] en el marco de lo que Michel Foucault definió como la gubernamentalidad neoliberal (2012).

Con la categoría gubernamentalidad, este autor aborda el modo en que el poder se ejerce hacia el interior de lo que él llama el dispositivo de seguridad –que surge en reemplazo (sin eliminarlos, sino subordinándolos) de los dos grandes mecanismos que previamente habían definido, cada uno a su turno, la economía del poder en Occidente: el legal, jurídico o de soberanía, en primer término, y el disciplinario en segundo lugar–  sin necesidad de una permanente intervención del Estado, sino a través de la producción de una determinada verdad, cuyo respeto y seguimiento será lo que defina el “gobernar bien”. Se trata, dice Foucault, de  “formas de poder que no ejercen la soberanía ni explotan, pero conducen” (2009: 235). El poder entonces ya no será principalmente pensado a partir del establecimiento de un código binario sobre un territorio delimitado –como en el paradigma soberano– ni desde la necesaria normalización de individuos considerados desviados –como en las disciplinas–, sino en términos de la conducción de la conducta, con un fuerte componente persuasivo. Lo que se prioriza, observa Pablo de Marinis, son “acciones orientadas a regular o dirigir otras acciones” (1999: 11) o, en palabras de Foucault, se apunta a “estructurar el posible campo de acción de los otros” (Ibíd.). En igual sentido, Barry Hindess define a la gubernamentalidad como “la regulación de la conducta a través de la aplicación más o menos racional de los medios técnicos[11] adecuados” (Ibíd.).

Ahora bien, la gubernamentalidad como tal surgió en el siglo XVIII a partir de los planteos de la escuela fisiócrata y su caracterización del ciclo económico ya no como algo que debía ser constantemente controlado por el Estado, sino como un fenómeno natural, que presentaba sus propias regularidades sobre las que había que operar pero sin tratar de modificarlas. Desde entonces ha adquirido diversos formatos y aspectos. No hay nada como “la” gubernamentalidad, sino que hay diversas gubernamentalidades, cuyo único punto en común es el factor de la conducción de las conductas previamente referido. Lo que a nosotros nos interesa entonces es una variante específica de la gubernamentalidad: la neoliberal, que es la que caracteriza a las sociedades contemporáneas, tras el agotamiento del dispositivo disciplinario que signó a los Estados de bienestar en Occidente (y que hundía sus raíces en los albores mismos de la sociedad capitalista).

Sobre la gubernamentalidad neoliberal, Foucault evalúa que está definida por la “fobia al Estado” (2012: 94) y se caracteriza por ciertos rechazos: a la economía dirigida, la planificación, al intervencionismo estatal, al pleno empleo. La contradicción principal se dará entonces entre el liberalismo -entendido como un arte de gobernar “consistente en limitar al máximo las formas y los ámbitos de acción del gobierno” (2012: 39)-  y cualquier forma de intervencionismo económico, que para los discursos neoliberales desembocará necesariamente en una experiencia totalitaria al estilo del nazismo o del socialismo soviético, cuyo punto en común fue haber querido contrariar las leyes objetivas del mercado.

Para la gubernamentalidad neoliberal, por lo tanto, el mercado es la fuente y origen de toda verdad, razón por la cual se debe dejarlo actuar con la menor cantidad posible de intervenciones, para que así “pueda formular su verdad y proponerla como regla y norma a la práctica gubernamental” (Foucault, 2012: 46). En palabras de John Brown, en el seno del dispositivo liberal “la política encuentra su verdad en la economía” (2014: 10).

Entonces, ¿es el combate a la corrupción estatal/política un medio técnico adecuado para conducir la conducta de una determinada población en un sentido específico?

Entendemos que sí. Concretamente, consideramos que en el marco de la gubernamentalidad neoliberal, los discursos tendientes a priorizar la denuncia de hechos de corrupción estatal/política y el combate a la misma y a sus perpetradores, forman parte de una tecnología de gobierno que apunta legitimar la implementación y/o continuidad de programas económicos regresivos en términos de distribución del ingreso y de la riqueza, relegando en las denominadas “fuerzas del mercado” la capacidad de asignar recursos, lo que se plasma indefectiblemente en una estructura socioeconómica signada por la inequidad.[12]

En ese sentido, al construirse a la corrupción estatal/política como la principal problemática a resolver y como la causante de todas las consecuencias que derivan en realidad del modelo de organización económico y social vigente (pobreza, indigencia, desempleo, baja calidad de los servicios públicos, inequitativa distribución de la riqueza y del ingreso, etc.), se apunta a conducir la conducta de la población en la dirección de que la agenda de gobierno neoliberal sea aceptada, ya que no sería la responsable de las penurias materiales existentes, sino su supuesta solución, desde el momento en que limita el accionar del principal causante del accionar corrupto: el Estado. Se trabaja así sobre un regímen de visibilidad y de decibilidad muy concreto (Deleuze, 2015), a partir del cual determinadas cuestiones se construyen como evidentes y otras tantas pierden cualquier legitimidad[13].

Construir a la corrupción como la principal problemática de una sociedad y lanzar una cruzada contra la misma como política prioritaria, apunta a concretar el principal objetivo de la gubernamentalidad neoliberal, que como apuntan Nikolas Rose y Peter Miller, es conectar “las vidas de los individuos, grupos y organizaciones con las aspiraciones de las autoridades en las democracias liberales avanzadas del presente” (de Marinis, 1999: 17), pero sin imponerlo, sino conduciendo, persuadiendo. Esto se logra en base a la consolidación de determinadas racionalidades políticas[14], que se van asentando a partir del éxito demostrado en la construcción de diversos problemas como centrales y en la resolución efectiva de los mismos, en desmedro de otros posibles abordajes, conceptualizaciones y resoluciones. Es desde ahí que debemos pensar por qué en un determinado momento la corrupción se constituyó en un problema público y si la promesa de su combate ha demostrado éxito a la hora de resolver la encrucijada de la aceptación social de un modelo económico regresivo en términos de la distribución de la riqueza y del ingreso.

Claro que la respuesta no puede ser minimizar los efectos de la corrupción ni desestimarla como problema público. Se trata en cambio de advertir cómo funciona el dispositivo en el que estamos inmersos como primer paso necesario para construir una alternativa que nos ubique en otro plano, donde el combate a la corrupción estatal no implique la legitimación de políticas económicas sustentadas en el empobrecimiento y la desigualdad.


Notas al pie de página

[1] El título remite al libro de Jonathan Simon “Gobernar a través del delito”, quien al reflexionar sobre el modo en que el poder se ejerce en Occidente tras el colapso de los Estados de bienestar (aún de la versión estadounidense, mucho más liviana y menos inclusiva que la europea), denuncia el establecimiento de “un nuevo orden civil y político estructurado en torno al problema de los delitos violentos” (2011: 14), en el marco de la gubernamentalidad neoliberal. En estas páginas intentaremos argumentar que, quizá, estemos asistiendo a la conformación de “un nuevo orden civil y político estructurado en torno al problema de” la corrupción estatal/política.

[2] Con esto queremos decir que las denuncias de corrupción pueden centrarse tanto en funcionarios como en dirigentes políticos que no desempeñan cargos públicos.

[3] Un ejemplo concreto: al analizar el discurso pronunciado en la Universidad de Princetown por el secretario de Estado de los Estados Unidos, James Baker, en diciembre de 1991, en el que planteó los grandes lineamientos que su país seguiría en la política internacional tras la inminente desaparición de la Unión Soviética, el autor ruso Serhi Plokhy dice: “El secretario de Estado declaró que Washington estaba dispuesto a entablar relaciones con los dirigentes que defendiesen la centralización del control sobre los arsenales nucleares soviéticos y su progresivo desmantelamiento en todas las repúblicas menos en Rusia, así como la instauración de la democracia y la economía de mercado. La ayuda occidental – principalmente estadounidense- a las repúblicas dependería de que sus gobernantes se atuviesen a estos principios” (2015: 379).

[4] http://www.lanacion.com.ar/2018035-la-corrupcion-desborda-al-pp-y-amenaza-con-una-crisis-de-gobernabilidad-a-rajoy

[5] http://www.lapoliticaonline.com/nota/104852-el-pri-desata-una-caceria-de-gobernadores-corruptos-para-mejorar-sus-chances-electorales/

[6] http://www.lanacion.com.ar/1999082-los-brasilenos-regresan-a-la-calle-hastiados-de-la-corrupcion

[7] https://www.pagina12.com.ar/24999-cayo-la-presidenta-de-corea-del-sur

[8] http://www.lanacion.com.ar/1983910-corrupcion-una-nueva-fuente-de-inestabilidad-global

[9] Básicamente, debe destacarse la diferencia entre lo acontecido tras la disolución de la Unión Soviética y el consiguiente período de indiscutible hegemonía liberal, por un lado, y el escenario geopolítico contemporáneo, por el otro, mucho menos uniforme que aquel. A modo de ejemplo, los dos países que capitanearon el giro liberal en lo económico y conservador en lo político que abarcó a Occidente hacia finales de la década de 1970 –Estados Unidos e Inglaterra- hoy atraviesan situaciones muy distintas a las de entonces. En el primer caso, debido al triunfo en las últimas elecciones presidenciales de Donald Trump, cuya campaña se basó en una crítica directa a los efectos generados por la globalización en el pueblo estadounidense. En el segundo, la salida de la Unión Europea a partir del referendo denominado BrExit.  Por distintas vías, ambos electorados se pronunciaron en contra del diseño económico y político surgido tras la caída de los socialismos reales, uno de cuyos baluartes fue el combate a la corrupción. En igual sentido podemos mencionar la buena performance electoral que en Europa vienen desempeñando las alternativas ligadas a opciones nacionalistas, que también sustentan sus campañas en el combate a la globalización neoliberal, siendo los casos más recientes el del Frente Nacional de Marine Le Pen en Francia y el del Partido por la Libertad de Geert Wilders en Holanda, ambos consolidados como las segundas fuerzas políticas en sus países.

[10] Tecnologías entendidas como “los procedimientos prácticos por los cuales el saber se inscribe en el ejercicio práctico del poder, la autoridad y el dominio” (de Marinis, 1999: 16).

[11] Cursivas nuestras

[12] Intuitivamente, creemos que esta hipótesis puede adquirir para el caso argentino actual, en principio, tres formatos: 1) que los inevitables efectos regresivos sobre la distribución de la riqueza en el marco de cualquier programa económico de matriz neoliberal se deben la corrupción estatal/política y no al diseño macroeconómico en sí;  2) que el Estado debe retirarse todo lo posible del proceso económico ya que su misma intervención habilita la emergencia de la corrupción, concebida como el principal problema público a ser resuelto; 3) que la corrupción de la administración anterior producto lógico de su afán intervencionista –y no las políticas públicas actuales que favorecen un proceso regresivo en la distribución del ingreso- es la responsable de las penurias materiales del presente, que se solucionarán liberando a las fuerzas mercantiles.

[13] Los comportamientos corruptos en el ámbito privado, por ejemplo, que pasan prácticamente desapercibidos, ya sea que se relacionen o no con algún funcionario público.

 [14] de Marinis define a las racionalidades como “una forma de concordancia de reglas, formas de pensar, procedimientos tácticos, con un conjunto de otras condiciones, bajo las cuales, en un determinado momento, resulta posible percibir algo como un ‘problema’, tematizarlo como tal y generar alternativas prácticas de resolución del mismo, aún pese a las resistencias que precisamente esto pueda generar por parte de otros actores” (1999: 14).

 


Bibliografía

 

  • Brown, J. 2014 (2009): La dominación liberal. Ensayo sobre el liberalismo como dispositivo de poder (La Habana: Ciencias Sociales)
  • De Marinis, P. (1999): “Gobierno, gubernamentalidad, Foucault y los anglofoucaultianos (O: un ensayo sobre la racionalidad política del neoliberalismo)”, en García Selgas, F. y Ramos Torre, R.: Globalización, riesgo, reflexividad. Tres temas de la teoría social contemporánea (Madrid: Centro de Investigaciones Sociológicas)
  • Deleuze, G. 2015 (2013): El saber. Curso sobre Foucault (Buenos Aires: Cactus)
  • Foucault, M. 2012 a (2004): Nacimiento de la biopolítica (Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica)
  • Foucault, M. 2009 (2004): Seguridad, territorio, población (Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica)
  • Kulfas, M. (2016): Los tres kirchnerismos. Una historia de la economía argentina 2003-2015 (Buenos Aires: Siglo Veintiuno)
  • Pereyra, S. (2013): Política y transparencia. La corrupción como problema público (Buenos Aires: Siglo Veintiuno)
  • Plokhy, S (2015): El último imperio. Los días finales de la Unión Soviética (Madrid: Turner)
  • Sader, E (2008): Posneoliberalismo en América latina (Buenos Aires, CLACSO)
  • Simon, J. 2011 (2007): Gobernar a través del delito (México: Gedisa)

 

 

 

 

 

 

 
Mariana Fernández

Artículo publicado en la revista AVATARES de la comunicación y la cultura. Publicación Nº 7. 2014. Acceda desde aquí.

Para citar artículo: Fernandez, M. (2014): «Campañas políticas y retórica electoral. La discursividad de Unión PRO y de Frente para la Victoria de cara a las elecciones primarias 2013»,   AVATARES de la comunicación y la cultura. Nº 7.

Comunicación, política y discurso

Desde la década del ochenta, los medios masivos se vuelven actores centrales en la producción social de sentido (Mangone y Warley, 1994). En las sociedades del espectáculo (Debord, 2008), los massmedia montan la escena y configuran nuevos lenguajes políticos (Landi, 1992). Con el pasaje de las sociedades masivas a las mediáticas, se redefine el perfil del dirigente clásico, que ya
no busca interpelar a la ciudadanía desde la plaza pública sino sobre todo a partir del dispositivo  televisivo (Barreiros y Cingolani, 2007). El imperativo de la imagen implica un proceso de mediatización de la representación política, que impone nuevas reglas de funcionamiento al debate  público en torno a los mecanismos de la videopolítica (Quevedo, 1990). La mirada a cámara, el gesto de sinceridad, la audacia y seguridad al participar en debates políticos es parte de un dispositivo de prueba que los candidatos se exponen a jugar en el campo televisivo (Sarlo, 2004).  Esta nueva cultura audiovisual exhibe, para Sartori (1998), la fragilidad del funcionamiento de las instituciones, de las fidelidades partidarias y de la organización política tradicional.
Siguiendo a Verón (2003), los medios emergen como herramientas de visibilización y constitución de legitimidad política por su capacidad de tematización y fabricación de noticias en momentos previos al contexto electivo, así como también por el empleo de la lógica comunicacional que implementan los equipos de campaña para conquistar la confianza ciudadana. La construcción de enunciados periodísticos contribuye a la conformación de opinión en torno a temas de agenda, al tiempo que los candidatos se adecuan al contexto mediático para construir consenso político (Martínez Pandiani, 2007).

Simultáneamente, en el caso argentino, se afianza la mercantilización de los estudios de opinión como prerrogativa de gobierno (Borrini, 2005). De aquí que en coyunturas electorales los  candidatos emprendan una constante evaluación de los temas de interés publico a través de sondeos cuyos resultados ajustan a los mecanismos de marketing político (Verón, 2001). En estos
contexos, también emergen elementos propios de la comunicación política 2.0, que promueve la  intervención de la ciudadanía en formatos web interactivos (Facebook, Twitter, etcétera) (Paz Pellat, 2009). De este modo, tiene lugar una nueva forma de hacer política basada en las nuevas tecnologías de la información y la comunicación (NTIC`s) (Beas, 2011) y la fabricación discursiva
de los aparatos mediáticos y políticos (Muraro, 1990).

Este trabajo analiza el modo en que el PRO y el FPV buscan crear una atmósfera de confianza en la ciudadanía durante el contexto eleccionario 2013, por medio del análisis argumentativo y de las estrategias vinculadas al ethos. Lo cual, siguiendo a Sigal y Verón (2003), implica considerar las reglas de juego del campo de la comunicación política bajo la hegemonía del liberalismo clásico. Un modelo caracterizado por presentar como equivalentes en su valor de verdad las propuestas políticas de las fuerzas en disputa. Para comprender este proceso, dicen Sigal y Verón, es preciso distinguir la principal restricción de género (Bajtín, 1997) del discurso político, que refiere a la definición de un adversario. Pues, todo acto enunciativo se estructura en torno a un posicionamiento político y éste no existe más que en oposición al de un contrario, a quien se busca invalidar en miras a la conservación o ampliación del electorado. Si nosotros decimos las cosas como son y aspiramos a gobernar en forma eficaz y superior; ellos dicen una cosa por otra, yerran, no tiene capacidad de gestión. Esta es la estructura misma del discurso político, que bajo el sistema democrático-liberal se inscribe en un espacio externo a la ley electoral, caracterizado por la disidencia. De modo que el análisis de las subjetividades políticas que emergen en la comunicación de campaña supone rastrear la interrelación de discursos enfrentados. Las técnicas y estrategias discursivas por medio de las cuáles se busca construir un  discurso verosímil tendiente a coincidir con la imagen de sí que esperan alcanzar sus destinatarios  (Amossy, 1999) han sido históricamente estudiadas por la retórica, «[…] un tipo de ramificación de  la dialéctica y del estudio de los comportamientos al que podríamos denominar justamente política» (Aristóteles, 2004: 17). Este trabajo se servirá de los principios de la Nueva Retórica (Perelman, 1997), partiendo de la perspectiva según la cual el sentido se instituye, no sólo en relación con la dimensión racional de los discursos sino también con la emocional (Filinich, 2003), en forma polisémica y multimodal (Maingueneau, 2002).

Si todo posicionamiento conlleva intereses, aficiones y deseos, la lógica de los afectos funciona en forma similar a la que funda un punto de vista (Plantin, 2001). El acto enunciativo se erige en una escena inaugural que compromete física y simbólicamente al sujeto de la enunciación con el mundo, interno y externo, mediante los sentidos y la sensibilidad corporal que define la configuración de subjetividades (Filinich, Ib.). Esta dimensión pasional que soporta la discursividad se manifiesta
mediante elementos coincidentes entre enunciados, que marcan la orientación del sentido, del mismo modo que las predisposiciones adquiridas a través de las costumbres y los actos (Barthes, 1947) buscan generar una “buena” impresión en el destinatario. El nexo entre lo dicho y la forma de su expresión produce un efecto de discurso tendiente a suscitar (o no) adhesión a los mensajes desde el enfoque particular montado. Esa visión particular del sujeto de la enunciación se confecciona, entre otros recursos, por medio del uso de metáforas. Una operación cuyo movimiento principal consiste en jerarquizar una dimensión conceptual restringiendo otros aspectos del objeto figurado. Las formas metafóricas de estructurar el lenguaje obran en correlación con los valores culturales que adquieren sentido en un  contexto histórico y una situación comunicativa específica. En ese sentido, sostiene Le Guern: «Una metáfora argumentativa será más eficaz cuanto más constrictiva sea: es necesario que la
pertenencia del sema seleccionado al lexema metafórico sea admitida por todos los destinatarios potenciales, cualquiera sea el lecto del que dependa su competencia léxica» (1981: 2). La comprensión del sentido de las construcciones metafóricas depende de si se comparte (o no) formas de concebir el mundo, más o menos convencionalizadas, en un momento dado.

Siguiendo los presupuestos de la Nueva Retórica (Perelman, Ib.), la lógica que fija restricciones a la discursividad se basa en el empleo de premisas adecuadas a los valores, jerarquías y lugares de lo preferible (Perelman y Olbrechts Tyteca, 1989), compartidos con el auditorio interpelado. El uso de argumentos convenientes en función de las convicciones y disposiciones que
se atribuye a este último, permitirá al orador lograr un acuerdo en torno a los conflictos existentes y  la imagen de los candidatos que aspiran a gobernarlos. Ahora bien, el sentido en modo alguno se halla determinado por las estrategias de campaña ni éstas permanecen ajenas al reconocimiento de los actores sociales. Las relaciones imaginarias que organizan las posiciones de producción/reconocimiento de los discursos operan mediante procesos complejos de comprensión y transformación del sentido, desde donde se estructura la experiencia y las interpretaciones de los relatos (Verón, 1996).

Juntos podemos: la campaña de Unión PRO

La estrategia retórica de Propuesta Republicana (PRO), la alianza encabezada por el actual Jefe de Gobierno porteño, Mauricio Macri, se sintetiza en su slogan de campaña: «juntos podemos». Una construcción metafórica que remite a la fuerza de unirse en función de objetivos comunes entre representantes y representados. Aquellas metas pretendidamente compartidas emergen en los spots electorales de PRO, entre el decir y lo dicho (Ducrot, 1986) así como en los argumentos empleados. Para analizar las normas en que se manifiesta ese deseo, se comenzará describiendo la puesta en  escena de uno de ellos denominado “Juntos podemos”.

El sonido alegre de una armónica melodía abre la secuencia audiovisual bajo un graph que argumenta: “Juntos el camino se hace más corto”, mientras una sucesión de imágenes enseña el paso. Un camino que atraviesa sobre ruedas el barrio de recoleta, pasa por Palermo y bordea la senda del Metrobús, a cuyos lados esperan sentados algunos «vecinos» como parte de la rutina diaria. La
premisa de estar juntos se legitima mediante la exhibición de un recorrido que incluye, además, la modernización del ubterráneo, donde viajan felizmente las familias y también los candidatos. A continuación, el graph “Juntos logramos superar lo difícil” crea una atmósfera de confianza en función de lo hecho durante la gestión macrista en la Ciudad de Buenos Aires (y su proyección a nivel nacional) aludiendo que se ha logrado resolver las emergencias (habitacionales, climáticas, edilicias) con un simple llamado. Y, los hospitales han sido equipados con numerosas ambulancias y novísimos  artefactos al servicio de jóvenes, trabajadores, ancianos, empresarios y funcionarios.La concepción metafórica de la política en tanto gestión orientada a satisfacer las necesidades y expectativas de los ciudadanos desde el barrio, se expresa a través del graph “Juntos soñamos cosas más grandes”, que aparece en paralelo a un conjunto de imágenes de la vida cotidiana donde Gabriela Michetti (candidata a senadora por la CABA) y Sergio Bergman (candidato a diputado nacional por el mismo distrito) participan de actividades recreativas y formativas con el vecindario.
Se los puede ver integrando un curso de cocina, un taller artístico, un encuentro con estudiantes secundarios. El sentido de la escena se complementa con otra prueba de verosimilitud acerca de la inserción en la “vecindad” de los funcionarios: la imagen de una ciudad donde niños y niñas se divierten al presenciar grandes shows y espectáculos, organizados y presenciados por Bergman y Michetti, en simultáneo a la escenificación del graph: “Juntos disfrutamos más”. De modo similar, los elementos del relato presionan por generar un efecto de identificación con el sentimiento de pertenencia a la nación en los destinatarios mediante la exhibición de un conglomerado anónimo de jóvenes, que agitan banderitas argentinas alrededor del obelisco al tiempo que un graph concluye:
“Juntos imaginamos un país mejor”.

El spot termina ilustrando el rostro, en primer plano, de ciudadanos pertenecientes a los sectores sociales medios y altos y el de Gabriela Michetti, quienes miran a cámara certificando reiteradamente la consigna “Juntos podemos”. Este efecto de cercanía y honestidad se refuerza mediante la exposición de la supuesta unidad de Macri y su “equipo” con los ciudadanos, en una imagen donde se los ve a todos sentados en un banco de plaza, riéndose y conversando. De este modo, el sujeto de la enunciación emerge en yuxtaposición al (pro y para) destinatario: una vecindad compuesta por personas que aparecen elegantemente vestidas, sonrientes, divertidas, sin voluntad de rivalizar y en todo momento junto a los candidatos. Este nosotros inclusivo, implícito en el
material audiovisual, excluye todo sujeto “desviado” y/o ubicado por fuera de los sectores sociales mencionados (profesionales, habitantes de la zona Norte de la ciudad, funcionarios del Estado). El conjunto de rasgos señalados configura, así, el caracter de PRO y de sus candidatos, principalmente en torno a dos valores: la predisposición al diálogo y el trabajo codo a codo entre ciudadanos y funcionarios. Este ethos se constituye de cualidades estimadas como buenas por sus (pro y  para) destinatarios, mediante el empleo de una lógica discursiva “anti-política” vinculada al  respeto de las normas de convivencia, la racionalidad dialógica y el pluralismo. Considerando que estos ejes se hayan presentes, asimismo, en la campaña electoral de PRO en 2011 (Calzado et al., 2013), se entiende que la de 2013 interpela a un votante afianzado o relativamente estable ante el
cual basta exhibir lo conocido y destacar la continuidad de un trabajo conjunto, en crecimiento y aún
no terminado.
Retomando la idea de Amossy según la cual «Frente a él y por él -el sujeto de la enunciación construye una imagen de sí» (Ib.:20), se entiende que el destinatario negativo de PRO emerge en relación a aquello que lo distingue de su adversario: «Creo que siempre las mejores soluciones se consiguen dialogando, intercambiando ideas. Y si al lado tenés a alguien como Sergio Bergman
mucho mejor», dice Gabriela Michetti en otro spot mirando de frente al electorado. La estrategia discursiva se encamina a anular a su contrincante, que en este caso resulta de la representación abstracta del FPV, Filmus, Cabandié y el Gobierno Nacional, aquellos que no están allí cuando surge una necesidad para buscar el modo de solventarla mediante el razonamiento colectivo y mesurado.

Esta disposición al orden, la tranquilidad y la escucha es reforzada en el discurso de Michetti, que pasa del singular al plural luego de presentar al candidato: «Creemos en trabajar en equipo respetando y valorando las ideas de los demás”. Una escena típica que genera emotividad por medio de imágenes que muestran a Bergman dándole la mano a una señora, a Michetti sacándose fotos con un grupo de ancianos, entre otros recursos que apuntan a construir la idea de familiaridad. La indumentaria de Michetti, quien viste una campera de jean y un pañuelo floreado al igual que el kipá multicolor de Bergman convergen con gestos de optimismo y alegría y el tono colquial y despreocupado de los candidatos, construyendo la percepción de que “Juntos podemos trabajar para vivir mejor, más felices y en paz». El spot termina con palabras de la candidata, que evidencia su voluntad y convencimiento en el desafío afrontado, afirmando que “Estando juntos un futuro mejor es posible”, mientras frunce el ceño e intenta mostrarse amable ante el electorado. En otro spot, Bergman se autodesigna como “una persona de fe” convencida de que (hoy)  “somos muchos más los que queremos el bien de todos». Como diría Maingueneau (2002), el ethos construido circunscribe implícitamente la enunciación en el enunciado. Las cualidades que conforman la imagen de sí del candidato poseen una fuerte carga simbólico-religiosa, que apunta a conmover (pathos) a un “vecino” creyente y solidario. «Somos muchos los que estamos convencidos que con respeto, con diálogo y con libertad se puede gobernar mucho mejor. Por eso formo parte de un equipo que cree en estos valores, que son en los que vos crees”, prosigue el candidato. El enunciador modaliza la premisa conveniente
(Perelman y Olbrechts Tyteca, Ib.) en torno a una situación asimétrica donde son estos (y no otros) los aspectos (favorables) en los que debe creer el enunciatario: “Por eso te pido por favor que acompañes a este equipo con tu voto. Juntos un futuro mejor es posible», culmina implorando en un tono imperativo levemente matizado (“por favor”). Nuevamente, el argumento de base refiere que si se atiende a nuestros puntos en común podrán convertirse las ataduras en libertad y advendrá, así, un gobierno basado en el consenso ciudadano. Esta preocupación se formula mediante una enunciación polifónica (Ducrot, 1986) que al utilizar el pronombre indefinido «se» (puede gobernar mucho mejor) trae a la argumentación de PRO una voz colectiva centrada en un ideal de gobierno democrático. Y, se refuerza a la vez mediante la utilización de las mismas imágenes presentes en el primer spot analizado (“Juntos podemos”), que al enfatizar el intercambio entre vecinos (en un parque, un evento cultural o al esperar el Metrobús rumbo al trabajo) vuelven superflua la figura de los funcionarios.
El cuarto y último spot que circuló previo a las PASO se incia con una presuposición en voz de Michetti: «Gobernar es escuchar, dialogar, resolver. Y nada de eso se hace solo”. Esta idea, excenta de discusión y rechazo, se refuerza mediante el recurso a la hipérbole narrativa: “Para todo necesitamos estar juntos. Para todo te necesitamos. Y hoy te seguimos necesitando como el primer día”. La reiteración al adherente de que hoy como ayer es preciso contar con él “para todo”, resulta contradictoria con la justificación del siguiente enunciado: “Porque sólo con tu voz y con tu voto podemos hacer el país que soñamos». Si la voluntad de la ciudadanía es condición de posibilidad para construir “el país que soñamos”, se concluye que su participación no consiste en “todo” sino en la expresión del propio parecer y su traducción en las urnas.

En la vida hay que elegir: la campaña de Frente para la Victoria

Tal como enuncia su slogan de campaña, la imagen de sí que construye FPV se erige mediante la necesidad de elegir. Esto es, de optar por la implementación de una agenda de gobierno coherente y tangible en pos de la “patria” argentina. Las líneas argumentativas presentes en el siguiente spot, dan cuenta del modo en que la utilización de enunciados antitéticos funda la imagen de un gobierno que toma parte en la disyuntiva de hacer las cosas de una manera y no de otra, por medio de una nunciación imperativa:

“En la vida hay que elegir si todo es para pocos o todos somos parte del todo. Si los que más tienen ayudan a los que menos tienen o los que menos tienen son cada vez más. En la vida hay que elegir entre vivir especulando o trabajar para vivir. Entre someterse o hacerse respetar. Entre resignarse o seguir luchando. Entre un punto final o un punto seguido. En la vida hay que elegir pagar lo que debes aunque prefieran que les sigas debiendo. Qué dejas ir y qué recuperás. Qué colgás y qué no colgás en tus paredes entre mirar para otro lado o mirar para donde hay que mirar.
Entre los grandes objetivos o los grandes intereses. Entre ser políticamente incorrecto o ser como vos. En la vida hay que elegir si la patria es uno o es también el otro. Si seguir para adelante o volver para atrás. Si seguir creciendo a pensar que está todo hecho. En la vida hay que elegir la vida. Ningún gobierno es perfecto pero este gobierno elige la patria los 365 días del año». (Spot «Este gobierno elije la patria los 365 días del año»)

El spot comienza argumentando en torno al deber de elegir la inclusión social y la ampliación de ciudadanía, lo cual necesariamente implica oponerse a la concentración de aquello que es de todos y es preciso distribuir, no en forma caritativa sino para incrementar el poder de las mayorías («En la vida hay que elegir si todo es para pocos o todos somos parte del todo. Si los que más tienen ayudan a los que menos tienen o los que menos tienen son cada vez más»). De la misma forma se despliegan los enunciados subsiguientes, que subrayan la contraposición entre trabajadores/oportunistas, vencedores/vencidos, avance/retroceso («En la vida hay que elegir entre vivir especulando o trabajar para vivir. Entre someterse o hacerse respetar. Entre resignarse o seguir luchando»). El ethos que se construye remite a la valorización positiva del trabajo, el desarrollo,
la conflictividad y el dinamismo de la política.

FPV da prueba de la correspondencia de su accionar con las proposiciones que enuncia a través de la escenificación de imágenes que muestran las medidas más importantes adoptadas desde que es gobierno. De este modo, certifica que posee una agenda propia que ha logrado implementar durante la última década, en forma fiel a las banderas prometidas: el incentivo al trabajo, el desarrollo de la industria nacional, el pago de la deuda externa, la defensa de los derechos humanos y el patriotismo. Esta representación de la gubernamentalidad en tanto oportunidad histórica de tomar de decisiones y gestionar políticas se alimenta, además, del uso de verbos que lo ubican en un lugar activo, confrontativo y progresista. En oposición al sometimiento, la resignación, la indiferencia, los  que piensan que está todo hecho, el pasado, FPV elige hacerse respetar, seguir luchando, mirar para donde hay que mirar, seguir para adelante, seguir creciendo.

Los enunciados operan como un conjunto de pruebas deductivas que interpelan a un electorado capaz de concebir los problemas públicos de esta forma o errar, de elegir “[…] Entre los grandes objetivos o los grandes intereses. Entre ser políticamente incorrecto o ser como vos». El comportamiento apropiado o convencional aparece supeditado a la atribuída autenticidad de un
electorado que cree en la necesidad de alcanzar la independencia económica, la justicia social y la soberanía política. Al tiempo que la cancelación de la deuda externa se valora positivamente en contraste con las intenciones de aquellos que “prefieren que les sigas debiendo”, emergen banderas cuyas marcas polifónicas remiten, transversal y aggiornadamente, al ethos justicialista.
En relación a esto último se puede sostener con Le Guern, que el recurso al contraste entre la elección de nosotros (que queremos pagar) y la de ellos (que quieren que se mantenga la deuda), impide “[…] que nos concentremos en otros aspectos del concepto que son inconscientes con esa metáfora” (1981: 2). En otras palabras, sin la referencia a la autonomía y el orgullo nacional, la
decisión de elegir cumplir con las exigencias impuestas desde los organisnos internacionales de crédito no resultaría coherente con el principio de soberanía realzado. FPV construye un destinatario patriota en un sentido amplio, limitado por los representantes de “los grandes intereses” y abierto a una diversidad de sectores de la ciudadanía: trabajadores, militantes de derechos humanos, pobres, familias, empresarios. De aquí, que la patria sea “también el otro” y no un compartimento cerrado, fijo o exclusivo de un sector del electorado. Argumentos análogos se repiten en el mismo orden en otro de los spots, donde se destaca el camino elegido por “este gobierno”, con la diferencia de que no se explicita constantemente la
alternativa  resistida:

«Este gobierno eligió. Eligió igualar las posibilidades. Eligió a los que más necesitan. Eligió la memoria al olvido. Eligió el trabajo y la producción. Eligió que nos respeten. Eligió desendeudarnos. Eligió no someterse. Eligió cuidar lo nuestro.
Eligió la unión. Eligió recuperar. Eligió que puedas elegir. Eligió no mirar para otro lado. Eligió la libertad de
expresión. Eligió la vida. Eligió escuchar a los jóvenes. Eligió el porvenir. Eligió la patria». (Spot «En la vida hay que elegir»)

En un contexto eleccionario predominantemente vacío de propuestas políticas explícitas, la campaña de FPV se erige en favor de un «modelo» o una ideología nacional, popular y progresista, narrando las decisiones adoptadas por el gobierno actual mediante la voz de la presidenta de la nación, Cristina Fernández de Kirchner (CFK). Los spots conmueven mediante la exhibición de gente
que se abraza, llora, ríe y camina junto a CFK, al compás de un ritmo musical increcendo que estremece a medida que su frecuencia se amplifica. Como sostiene Filinich, para que las discursividades sean sentidas más allá de su autenticidad, en su fuerza afectiva, es preciso que «[…] un sistema de valores sea proyectado sobre esa presencia, esto es, que establezca una relación entre una variación en intensidad y otra variación en extensión» (2003: 11).

Las imágenes muestran a la presidenta emocionarse junto a quienes se han logrado casar con un ser amado, han conseguido una vivienda, un trabajo, encontrado un nieto o vuelto a creer en la política. El contenido de las mismas se yuxtapone a un estilo de enunciación apasionado, al tiempo que la velocidad e intensidad de los elementos audiovisuales convergen puntualizando el rostro de la militancia juvenil kirchnerista: que ha conseguido entrar a la casa rosada y desde allí flamea la bandera argentina. Hacia ella mira el enunciador, encarnado en la figura de Cristina. Llegado a este punto de máxima condensación de afectividad, la secuencia termina dando cuenta del lugar que ocupa en FPV la juventud kirchnerista, que metonímicamente se asocia a la «vuelta de la política».

La modalidad, clásica y pragmática, de concebir a la política junto al ethos personalista que exhibe CFK en tanto líder del frente, puede explicar la acentuación de lo hecho durante su gestión (2007-2013) y la de Néstor Kirchner (2003-2007) por sobre la figura de los candidatos Daniel Filmus (a senador por la CABA) y Juan Cabandié (a diputado nacional), que no aparecen en los spots sino a último momento cuando se despliega la boleta electoral de la lista. El argumento que se construye refiere a la idea según la cual lo que “hay que elegir” no es solamente diputados y senadores, sino un programa de gobierno. Y, el voto popular se constituye en un mecanismo capaz de colocar a los representantes en posición de obedecer el mandato de los representados.

«Porque en esas bancas, además de Filmus y Cabandié están sentados Javi y Maxi, que pudieron elegir casarse. Están sentadas las parejas que deseaban ser papás más que nada en el mundo. Están Alicia y sus 6 hijos y no los vamos a dejar solos. Están los que eligen un trabajo digno y los que entendemos que la energía de YPF es la energía de todos. Los que esperaron años por una jubilación mejor. Los que quieren estudiar con las mismas herramientas que todos. Los científicos que volvieron a casa. Los que creen en la educación y salud pública. En esos lugares tienen que estar sentados los que creen que en la vida hay que elegir». (Spot II «En la vida hay que elegir»)  

El discurso de FPV relata una serie reformas sociales, culturales, laborales y políticas acontecidas durante su gestión, mientras exhibe el rostro de «gente común»: Javi, Maxi, Alicia. El enunciatario positivo emerge, así, como un sujeto que lo elige porque las medidas efectuadas encarnan sus deseos y perspectivas. En ese sentido, indica en otro spot CFK, respecto de la Ley de
Fertilización Asistida: «Siempre se dice que las leyes están hechas para que uno cumpla con ellas.Pero algunas leyes están hechas para que cumplan con uno». Este modo de argumentar, dando prioridad a las personas antes que a las prescripciones instituidas, se forja en una concepción preliminarmente compartida con el ciudadano que valora positivamente la presencia de un gobierno
abierto al cambio de normas anticuadas y capaz de impulsar nuevas iniciativas. De aquí que se lleve a concluir que son Filmus y Cabandié los que deben permanecer en las bancas del Congreso Nacional en nombre de los que se sienten reconocidos en las acciones emprendidas:

«Te sentís elegido cuando pudiste, a partir del año 2003, crear tu mini PYME, y hoy, tenés tu empresa. Cuando conseguir un trabajo dejó de ser un trabajo. Por eso, el 7% de desocupación contra el 25% al que, desgraciadamente, nos habían acostumbrado. Te sentís elegido cuando tu salario ya no es tan mínimo y es mucho más vital y móvil. Por eso, 1700% de aumento desde el año 2003convenciones colectivas y un 18% más de trabajadores registrados. Te sentís elegido cuando el esfuerzo de toda tu vida es reconocido. Por eso los casi 30.000.000 nuevos jubilados y la Ley de Movilidad Jubilatoria y 1551% de aumento desde el año 2003. Cuando todo eso pasa de verdad en el mundo real y cuando no son palabras vacías, te sentís realmente elegido». (Spot «Elegir el trabajo»)

Los argumentos interpelan a un sujeto que pudo acceder a derechos y beneficios hasta  entonces desatendidos y logró cumplir los «sueños» que tenía, por eso ha recobrado la dignidad y la fe en la potencialidad de la Argentina. La verosimilitud de lo dicho se elabora mediante el recurso a cifras porcentuales, que construyen un efecto de objetividad en torno a las premisas impartidas. Lo
cual funciona, a la vez, como soporte de la afirmación de que “eso pasa de verdad, en el mundo real y no son palabras vacías”. La conclusión de este entimema (Plantin, 2005) apela a la cientificidad del dato numérico y al empleo de subjetivemas (Kerbrat Orecchioni, 1986) como “sentirse elegido”, asombrado, honrado, desengañado.

De este modo, FPV se presenta como emblema de una época signada por un eje central: la recuperación. Una premisa que se repite con ímpetu, tanto en el plano de los derechos humanos como en el de la política industrial y la promoción de empleo.

«Recuperar algo es elegir tener lo que alguna vez fue tuyo. YPF y Aerolíneas Argentinas significan mucho más que recuperar dos empresas. Es recuperar la esperanza, el trabajo y el patrimonio de los argentinos, la empresa de encontrar energía para producir y para volar. De mirar hacia abajo pero con la cabeza en alto. Es elegir no pensar en lo que habíamos perdido sino en todo lo que todavía tenemos por ganar». (Spot «Elegir recuperar lo nuestro»).
«Elegir hablar de sueños y no de pesadillas. Elegir saber quién sos y quién no sos. Elegir quién querés ser y no quién quisieron que seas. De eso, entre otras cosas, se trata la vida. Porque está bueno dar vuelta la página. Pero, ¿sabés qué? Después de haberla leído. Elegir mirar hacia adelante». (Spot «Elegir seguir adelante»).

Implícitamente, opera en ambas construcciones la metáfora conceptual según la cual la política es ante todo tiempo. FPV mantiene la vista, firme pero con humildad (“mirar hacia abajo pero con la cabeza en alto”) en el camino transitado, sin dar cuenta de nuevos desafíos a adoptar por los candidatos impulsados. Más bien esgrime con optimismo y orgullo la idea de haber venido a saldar asignaturas pendientes en la sociedad argentina. A ello se refiere cuando destaca la recuperación de la identidad de nietos expropiados durante la última dictadura cívico-militar (“Elegir quién querés ser y no quién quisieron que seas”) mientras aparece un graph, que afirma: “107 nietos recuperados”. El graph opera como prueba del apoyo, recíproco, entre FPV y las Abuelas de Plaza de Mayo así como de la importancia de la lucha que (ambos) realizan. En ese sentido interviene, seguidamente, la metáfora de “dar vuelta la página luego de haberla leído”: la memoria del pasado permite afrontar «[…] lo que todavía nos queda por ganar» en tanto se haya aprendido la necesidad de impedir que la historia se repita.

La política aparece aquí, mediante el empleo de un tono de discurso marcadamente pasional, como una batalla en la que se pone en juego todo, incluso la vida. La disputa se libra contra los propulsores de las políticas neoliberales que hundieron en el «infierno» a la «patria» argentina: «Quiero decirles que en nombre de él y de los que ya no están, de todos ustedes y de los 40 millones de argentinos que me voy a jugar la vida en no descender otra vez en esa escalera al infierno porque nos merecemos vivir en una patria mejor». (Spot «Elijo seguir haciendo»).

Lo primero que aparece es una marca de polifonía: el sujeto de la enunciación pone en circulación la voz «de él» y la de «40 millones de argentinos», al interior de un discurso que promete no volver al pasado, seguir en la misma línea. A través de la escenificación de la metáfora cristiana del infierno se conceptualiza la caída de un país fuertemente castigado, que FPV contribuyó a trasformar por medio del mejoramiento de las condiciones de vida. El destinatario positivo se define en
contraposicion al establishment político y económico que operó durante la década del noventa bajo el gobierno de Carlos Menem. Se interpela, así, a un sujeto convencido del progreso que desde 2003 atraviesa a la sociedad y en menor medida se inclina por llegar al electorado indiferente o indeciso. En este mismo sentido opera la escenificación de la sanción de la Ley de Televisión Digital Abierta (TDA), la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual, la pauta publicitaria «gratuita y equitativa» y la creación de «Fútbol para Todos». Garantía de lo que será, el silogismo corrobora el deber cumplido y resulta efectivo por la confiabilidad que ello implica. «Y, ¿viste? Nadie dejó de hablar ni de estar», agrega Cristina apuntando a las corporaciones massmediáticas antikirchneristas.
Frente al contradiscurso de los que proclamaban que iban a “dejar de estar», FPV subraya la efectividad de la democracia y el alcance de «[…] Que todos y todas puedan decir lo que piensan y mirar lo que quieran». Lo hace por medio de la evidencia que certifica su argumento de partida: aquellos que decían que dejarían de estar, están. Por ende, no es cierto lo que anunciaban.
Estableciendo como base de acuerdo con sus destinatarios el axioma que enaltece la libertad de prensa como un valor central de los sistemas democráticos, FPV se sirve de una prueba irrefutable que enmudece al adversario y crea un efecto de autenticidad en el enunciado. Por último, resulta interesante examinar el proceso de producción de subjetividades que emerge en el spot “Elegir la alegría”, centrado específicamente en los/as jóvenes. Rasgo de por sí significativo, ya que implica un acto de jerarquización temática y la fabricación de un vínculo con la juventud como colectivo social, cuya modalidad puede habilitar “[…] procesos identificatorios que dan forma al cuerpo social y lo movilizan en torno a objetivos y consignas” (Navaja de Arnoux, 2008: 90). El spot comienza enfatizando la idea según la cual la relación entre los/as jóvenes y el gobierno nacional es de mutua elección:

«No sé qué fue primero: si los jóvenes eligieron a este gobierno o este gobierno los eligió a ellos – se oye en off la voz de Cristina. O quizás fueron las dos cosas a la vez. ¿Sabés qué? Yo creo que nadie elige porque sí. Porque, ¿cómo no elegir la alegría, la frescura, la solidaridad, la entrega desinteresada sin especulaciones de ningún tipo? ¿Cómo hacés para no elegir todo eso?». (Spot «Elegir la alegría»)

Las pruebas confirmatorias de la premisa se orientan a legitimar el vínculo de afinidad argumentando que no es éste un hecho casual («Nadie elige porque sí») ni evitable («Cómo no elegir la alegría, la frescura, la solidaridad, la entrega desinteresada sin especulaciones de ningún tipo»). Ahora bien, los argumentos mencionados se esgrimen, verbalmente, desde la opinión de CFK. La
perspectiva de los/as jóvenes se justifica mediante la exhibición de imágenes que dan cuenta de su participación, fiel y activa, en el proyecto kirchnerista. Son jóvenes de distintas edades y clases sociales, principalmente estudiantes de nivel medio y superior y militantes kirchneristas.
Adolescentes agradecidos por haber recibido una notebook (gracias al programa Conectar igualdad), jóvenes responsables y solidarios que formaron parte del equipo de voluntarios organizado por el Ministerio de Seguridad para ayudar a víctimas de la última inundación sucedida en el país y militantes que se emocionan hasta las lágrimas durante los actos oficialistas.

Las marcas de subjetividad construidas en torno a la juventud no militante se constituyen mediante la exhibición de imágenes de varones y mujeres que interpelan individualmente al electorado. En una plaza, en un organismo público, en la puerta de un colegio, al interior de una biblioteca, cada joven mira a cámara y esboza una sonrisa en tanto garantía de confianza en el futuro y la alegría. En cuanto a la militancia juvenil, las subjtevidades se consolidan mediante la exhibición de la vestimenta de dos militantes que llevan puesta una remera de La Cámpora mientras se besan de felicidad en una concentración política, así como también por medio de la utilización de planos cortos, que acentúan expresiones de entusiasmo, gestos de convicción y miradas de
admiración y afecto hacia el escenario donde se encuentra Cristina. A sus alrededores, los/as jóvenes ríen, cantan, alientan, se toman de la mano, hacen la V de la victoria.

La configuración de esta juventud sensible, entusiasta, setentista, aflora además mediante la incorporación de la imagen contenida en otro spot ya analizado (“En la vida hay que elegir»), donde aparece flameando banderas al interior de la casa rosada mientras, desde un balcón, se emociona CFK. Esta distancia interpuesta entre la juventud y la presidenta, que indican la presencia del balcón y del escenario, se rompe momentáneamente por medio de la escenificación de un grupo de jóvenes sacándose una foto con Cristina y del abrazo de esta última, en la base del tablado, con una chica. La
separación se quiebra, además, mediante el empleo de un lenguaje cercano al oral por parte de la mandataria, en tanto marca de estilo que permanence asimismo en el resto de las piezas de campaña. En ese sentido, se puede señalar la emergencia de construcciones retóricas como “sabés qué”, “Cómo hacés para…”, “Y, ¿viste?”, entre otras expresiones de coloquialidad, que llevan a concluir presupestos compartidos entre enunciador y enunciatario.
Resumiendo, la relación entre los/as jóvenes y el FPV se asienta en fundamentos de carácter pasional sintetizados en la imagen de fogosidad, que CFK registra, asume y reivindica mediante la extensión de un afiche que afirma: «Imposible apagar tanto fuego». Pues, como sostiene Amossy (1999), sólo en la medida en que el enunciatario comparta en mayor o menor grado los valores que
articulan el discurso del enunciador, cobra sentido la escenificación de sí.

Algunas conclusiones
A partir de la indagación de los spots de campaña de Unión PRO y de FPV de cara a las elecciones primarias 2013, este trabajo buscó comprender el modo en que se construyeron argumentos probatorios de sus respectivas consignas, atendiendo al conjunto de elementos ethicos emergentes en cada situación comunicativa. Partiendo con Plantin (1995) de la idea según la cual los
tópicos que intervienen en las construcciones discursivas se inscriben en un contexto específico que los condiciona y habilita, se puede pensar que las estrategias de ambas fuerzas ejercieron entre sí influencias recíprocas. La singularidad de cada cual se estructuró en base a una perspectiva en pugna con la del adversario: Si el ethos predominante en la campaña de Propuesta Republicana se centró en la unidad entre representantes y representados, la solidaridad y el diálogo vecinal, el de Frente para la Victoria se estructuró alrededor del poder de elegir un gobierno popular y progresista.

Unión PRO se presentó como un “equipo” compuesto por talentosos profesionales que moldean sus prácticas junto al resto de los ciudadanos, poniendo el eje en la resolución de cuestiones urbanas mediante la realización de obras públicas y la implementación de programas recreativos vinculados al quehacer culinario, la diversión en familia y la actividad artística. La política emergió
como un servicio co-dirigido a “vecinos» de clase media y alta, opositores al gobierno nacional en razón de su atribuída falta de diálogo, pluralidad y capacidad de resolver los problemas que afectan diariamente a la ciudadanía (acortar distancias, ampliar el confort, etc.). Este contrato implícito con su electorado operó mediante la escenificación de una lógica «antipolítica» entre “vecinos” y funcionarios. El sujeto de la enunciación, el PRO, se definió en yuxtaposición y sus destinatarios:
«vecinos» responsables y solidarios que aspiran a vivir en una sociedad pacífica y ordenada. La imagen de sí que construyó FPV emergió sobre la base de un posicionamiento político concreto, personificado en el retrato y la voz de CFK. Interpelando fundamentalmente a quienes pretenden y confían en el desarrollo de la industria nacional, la promoción de los derechos humanos
y la construcción de ciudadanía, el ethos de FPV afloró en torno a valores propios del patriotismo, la inclusión social, el progreso científico y la organización política. De aquí la escenificación de un conjunto de acciones estatales desarrolladas desde 2003 hacia una diversidad de sectores de la ciudadanía: trabajadores, científicos, jubilados, estudiantes y familias. Acciones que definen una
agenda propia y aparecen como parte de la cancelación de compromisos postergados: la “recuperación” de YPF y de Aerolíneas, así como la sanción de leyes inéditas en la historia argentina (la ley de de Servicios de Comunicación Audiovisual, la ley de Movilidad Jubilatoria, la ley de Fertilización Asistida, etc.).
Si en Unión PRO la premisa de «estar juntos» se configuró como un medio para alcanzar el bien común, no solamente desde las bancas del Congreso de la Nación sino, sobre todo, mediante la inserción de los funcionarios públicos en determinados barrios; en FPV elegir es comparar e intervenir en una lucha donde hay que “jugarse la vida” contra un adversario encarnado en el
establishment politico y económico, así como en los grupos massmediáticos no oficialistas. En ese sentido, un actor de importancia para defender lo “ganado” es la militantancia kirchnerista, que está en las calles, en el trabajo, en los momentos de festejo así como las más complicadas circunstancias.

En suma, la dicotomía entre aquellos afines y opositores al gobierno nacional trenza la coherencia de ambas estrategias discursivas. En Unión PRO el adversario es aquel que amenaza nuestro diálogo, aquel que unifica nuestro esfuerzo en la resolución de problemas “vecinales” mediante una gestión horizontalista que busca la conciliación a través de la palabra. En la
discursividad de FPV la conflictividad es evidente. Mediante el empleo de un lenguaje beligerante y un trasfondo fuertemente dramático, FPV construye la necesidad de elegir atendiendo a lo que podría amenazar una administración sólida, con potencialidad y supremacía. De eso se trata la política y no de intervenir neutralmente en los problemas de la ciudadanía. He aquí la lucha constitutiva y constituyente de dos modos de argumentar, que las discursividades reprimen o explicitan.

Notas al pie:

i Según el Ministerio del Interior de la Nación, en la ciudad de Buenos Aires las cuatro listas que conformaron el frente UNEN alcanzaron, en total, el 35,51% de los votos en los comicios para elegir candidatos a pre-diputados, y el 31,88% en lo relativo a los candidatos a pre-senadores. Unión PRO obtuvo el 31,39% para pre-senadores y para pre-diputados, el 27,56 %. Y, Frente para la Victoria logró el 19,86% para pre-senadores y el 18,99% para pre-diputados. Fuente: http://www.elecciones.gov.ar/resultados_definitivos_PASO_2013_distritos.pdf
ii La discursividad de campaña no se dirige al sujeto convencido (prodestinatario) ni al sujeto afín al candidato contrario (contradestinatario), pues en el primer caso no es necesario convencerlo y en el segundo, todo intento persuasivo no haría más que reforzar su rechazo. Se dirige al sujeto indeciso o paradestinatario, pues aquella fracción «fuera de juego» (Verón, 1996), que hasta último momento oscila entre uno u otro candidato, define el proceso eleccionario.

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Fuentes
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